Historia de amor

Hace un poco de frío. El pálido sol de invierno llega a calentar lo suficiente y junto al viento recio que sopla crean el ambiente perfecto. Faltan 5 minutos para las cuatro. Pienso que llegué temprano, pero él ya está ahí, sentado en una silla y esperándome mientras juega con una servilleta. Es extraño verlo con 3 años menos de edad, no lo había notado pero si cambió en estos 3 años. Su mirada se ve un tanto mas joven. Él aún no lo sabe pero aquella tarde está surgiendo una hermosa amistad. Mientras camino hacia la mesa trato de prestar atención y disfrutar de cada detalle. Ya no quiero simplemente pasar de largo como la primera vez cuando aún no entendía la importancia de ese día en nuestras vida. Es la primera vez que nos juntamos para hablar. Días antes me encontré con un grupo de amigos y entre ellos estaba él, aún no nos conocíamos pero el se acercó y con total soltura me hizo una pregunta. Compartimos un par de ideas y acordamos para juntarnos y continuar la charla.

Dejo que la conversación prosiga como aquella primera vez. La primera hora la pasamos riendo, contándonos anécdotas. El ambiente está calmado. Ya no somos dos extraños. Ambos sentimos que estamos en confianza. Las risas nos soltaron y dejaron que cualquier muro que nos ponía a la defensiva caiga. Es entonces cuando las risas empiezan a convertirse en suspiros. Sin pensarlo ambos nos vimos hablando de temas mas personales. Con total naturalidad soltamos el nudo que tenemos en la garganta y comenzamos a hablar sobre la chica que se roba nuestro sueño por las noches. Empiezo yo. Pero claro, tengo la ventaja que vengo del futuro y conozco el desenlace de aquella historia. Igual se la cuento con la misma pasión e intensidad que la primera vez. Golpeo la mesa con la misma frustración que la primera vez. Él se ríe, «no puedo creer que te guste ella – me dice – yo pensé que ustedes dos eran primos». Siento que voy a necesitar una copa mas de vino. Que bien se siente desahogarte sin sentirte juzgado. Ahora llegó su turno. Baja la mirada. Respira hondo y exhala con fuerza. Toma un poco de vino. Se queda unos segundos más mirando su plato ya vacío. Puedo percibir como su mente es inundada por una fuerte descarga de recuerdos. Finalmente levanta la mirada. «Estoy locamente enamorado, estoy perdidamente enamorado – vuelve a callar por unos segundos – no sabes lo ridículamente enamorado que estoy» me dice mientras vuelve a bajar la mirada.

Es un buen momento para interrumpirlo, pero lo dejo continuar. Trato de disimular mis ganas de contarle toda la verdad. Escucho la historia otra vez. Todo mi ser se vuelve a estremecer. Ya me había olvidado lo conflictiva que era la situación, la difícil posición en la que se encontraba por amor. Ya casi había olvidado que sus ojos se humedecieron mientras me contaba como fue que todo se puso en su contra. No pensé que pasaría pero ahora mis ojos se vuelven a humedecer, vuelvo a sentir el dolor que hay detrás de sus palabras. Vuelvo a sentir ese escalofrío que recorre todo mi ser. Igual que la primera vez.

Él vuelve a bajar la mirada. Se queda mirando el plato mientras juega con las migas que quedaron dispersas. Sé que tengo que decir algo, darle un poco de aliento. Vuelvo a decir las mismas palabras: «No te preocupes. Todo está en control de Dios, Él en su tiempo permitirá que las cosas se alineen en su voluntad». La única diferencia es que ahora lo digo con convicción. No como aquella primera vez que lo dije por animarlo, sabiendo que realmente estaba muy difícil que la situación mejore. Él aún no levanta la mirada, no encuentra aliento en mis palabras, sabe que lo digo sólo por animarlo. Creo que llegó la hora de decirle la verdad.

«No se cómo decirte esto, te va sonar extraño pero… vengo del futuro». Levanta la mirada mostrando confusión en su rostro. Rayos, debí decírselo de otra forma. «Qué?, qué dices?», «eso, que vengo del futuro». Mi amigo se hecha a reír con todas su fuerzas y sin poder contenerse. Siempre lo hace. De pronto todos en el café voltean la mirada hacia nosotros, todos nos miran con curiosidad. Trato de calmarlo con un poco de vergüenza. «Perdón, estoy muy sensible y me río de cualquier cosa. Gracias por hacerme reír, necesitaba eso» me dice mientras intenta calmar su risa. Creo que no me creyó, creo que mejor lo dejo así. «Respirá un poco, estás rojo» le digo.

Disimuladamente saco mi celular, el único objeto que traje del futuro, qué mas. Busco la foto entre las pocas que tengo. Ahí está. Me quedo mirándola. Si tan sólo pudiera mostrársela, todo sería tan diferente. «Qué es eso? Qué estás mirando?» me dice cuando me ve sonriendo mientras miro algo debajo de la mesa. «Nada, no es nada» le digo mientras vuelvo a guardar mi celular. No se que estaba pensando cuando quise decírselo. Aún no es tiempo de que lo sepa, no puedo alterar el rumbo de las cosas. Peor aún, no puedo estropear el bello y duro proceso al cuál tiene que ser llevado antes de estar listo. Muero de ganas de decírselo. «8 de Diciembre» alcanzo a decir, él me escucha sin darme importancia, piensa que lo digo por otra cosa. Él me sonríe y empezamos a hablar de otra cosa.

Nos encantan los milagros que vienen de la noche a la mañana. Pero aún mas hermoso es el milagro del proceso. Cuando Dios, a través de situaciones desgarradoras, transforma toda nuestra esencia, nos hace más como Él. Pero a nosotros no nos agrada tanto. Porque es duro, porque duele, porque carcome nuestras entrañas. Pero sobre todo, porque mata, y eso no nos gusta tanto. No estamos muy dispuestos a morir para que Él pueda vivir.

Que bello es el proceso que nos lleva a la muerte de nuestro “yo”, que nos expone y nos hace más como Él. Que mata al orgullo, al ego, y nos deja desnudos y humillados delante de nuestro Dios. Es maravilloso. Que ingenuo fui al querer mostrarle la foto y robarle la bendición del proceso.

Ha pasado un año. Otra vez es invierno. Las lágrimas que ahora brotan por sus ojos tienen un matiz diferente. Ya no hay ni una pequeña sonrisa entre telones. Solo lágrimas. Solo dolor. Me impresiona como puede luchar tan incansablemente por el amor de una mujer. Una única mujer. Me impresiona como puede sobreponerse al rechazo y seguir siendo valiente. Por las mañanas su valentía significa intentar conquistarla, ganarse su amor, ser mejor para ella. Por las noches su valentía significa encerrarse en su cuarto y llorar. Por primera vez en meses llora con alguien haciéndole compañía. Quizás eso signifique mucho para él. Está en el clímax del duro y maravilloso proceso al cual fue llevado.

Estamos en su auto. Habíamos comido algo y dado unas cuantas vueltas por la ciudad. Finalmente llegamos a mi destino. Yo estaba apunto de despedirme y bajarme del auto cuando el comenzó a hablarme de ella. Me habló por unos cinco minutos con el motor del auto encendido, hasta que dejó caer la primera lágrima. Fue ahí cuando apagó el motor y dijo «ya no se que hacer, ya no puedo más». Se queda en silencio, mirando el cielo gris a través de la ventana mientras las lágrimas corren por sus mejillas.

«Ya lo entiendo. Si, eso es. Ya lo entiendo» me dice con un poco de emoción mientras se seca las lágrimas. Yo me quedé esperando que continuara con la frase, pero solo hay silencio. Se voltea a verme. «Lo entendí, por fin lo entendí» me dice mientras una sonrisa se dibuja en su rostro. «Cada noche me deshago en lágrimas al ver su indiferencia. Me destroza el ver que la confusión que hay en ella la está llevando a cometer todos esos errores. Me duele hasta lo más profundo de mi ser, no lo puedo soportar. Hace unos días le decía “Entendé, entendé. Puedes perder la bendición de Dios por tomar una mala decisión, por decidir en tus fuerzas lo que tu crees correcto” y se lo decía con lágrimas. Me dolía mucho». Escuché sus palabras sin entender lo que él entendió. Sin entender porque me contaba con entusiasmo una situación tan triste. Hizo una pausa, volvió a mirar el cielo gris, llenó sus pulmones de aire y en un suspiro dijo «Nosotros, nosotros somos la novia de Dios. Él nos amó y pagó el precio por nosotros». Fue ahí cuando comencé a entender. Ambos, en silencio, empezamos a escuchar esa hermosa melodía silenciosa que viene de ninguna parte y de todos lados a la vez. Esas profundas notas de piano acompañadas de un dulce violín que sólo puedes escuchar cuando la presencia de Dios se manifiesta como una cálida nube y te das cuenta que tu espíritu está desnudo delante de Él. No lo puedes escuchar con los oídos. Es mucho mas profundo. Es mucho mas hermoso. Es perfecto.

Si hay alguien que entiende lo que es sufrir por amor, ese alguien es nuestro Amado. Es nuestro Señor. Se enamoró profundamente de su novia, dejó su hermoso Reino y se acercó a ella. La amó con locura, pero ella escupió su rostro, desgarró su cuerpo, ignoró su amor. Por el día Él intentaba acercase a ella, ganarse su amor, hacerle entender que su amor por ella es real, es único. Por las noches lloraba en secreto por amor. Aquella noche, de rodillas ante aquella piedra, escuchó los pasos apresurados de quienes se acercaban para llevarlo preso y matarlo. Sabía que había llegado la hora de pagar el precio de tan loco amor. Hablaba con su Padre preguntando si era posible amar sin pagar el precio, si era posible dejar que la copa de dolor pasara de Él. Cuando supo la respuesta se quedó inmóvil en aquel lugar. Su incomprensible amor se aferró a la única opción de ganarse el amor de su amada: dar su vida por ella.

Aquellos que presenciaron su locura de amor, no entendieron la dimensión de sus palabras cuando Él levantó la mirada y dijo «Papá, perdónala, no sabe lo que hace». Unos pensaron que estaba aparentando ser espiritual mientras por dentro estaba rencoroso, por obligación quizás. Otros pensaron que, al final de cuentas, Él era una buena persona y los buenos perdonan, por ética quizás. Pero nadie supo que por dentro Él lloraba de amor. «Papá, yo la amo, es mi novia, es mi pasión. Por favor no la culpes, por favor no castigues por esto a quién yo tanto amo. Este amor duele, pero no puedo dejar de amarla. Ella no sabe lo que está haciendo, está confundida. No puedo darle lo que se merece, tan solo puedo perdonarla y seguirla amando. Tomá mi vida a cambio de su perdón» gritaba su espíritu. Ahora entiendo a mi amigo.

Aquella fría tarde mi amigo pudo entender un poquito del amor de Dios. «Ahora entiendo que es Dios el que me dice a mi “Entendé, entendé”. Ahora entiendo que es Dios el que llora por mi cuando lo ignoro, cuando me enfrasco en mis cosas y me olvido de Él, cuando tomo en mis manos las decisiones, cuando lo hago a un lado y lo busco sólo por necesidad y no por amor. Ahora se como duele ser ignorado por quien tanto amas» me dijo. Levantó el rostro, y con los ojos cerrados dijo «Dios, ya no quiero lastimar tu corazón, ya no quiero hacerte sufrir, ahora se como duele. Gracias por dejarme sentir una partesita del dolor que tu sientes por mi».

Una de las cosas mas difíciles de vivir lejos es estar distante de la fiesta y del dolor. No estar ahí cuando un idiota atropella a tu perrito y tienes que oírlo por teléfono, cuando es el cumpleaños de tu hermana y no estas ahí para abrazarla a las doce de la noche, cuando tu abuelita tuvo que ser operada de urgencia, cuando tu mejor amigo se casa…

«8 de Diciembre! Me caso el 8 de Diciembre! Puedes creer? En tres mes más» fue lo primero que me dijo cuando contesté su llamada telefónica. Todo fue tan rápido. « Te voy a enviar tu invitación en estos días. Por favor, tienes que venir a mi boda».

Días antes de la boda se me presentaron dos compromisos importantes y no podría viajar. Una noche antes de la boda, con el corazón deshecho, cogí mi computadora y comencé a escribirle una carta contándole que no podría viajar. «Me duele mucho no estar ahí – escribía -, más aún con todo lo que pasamos juntos durante aquella etapa de incertidumbre y dolor. Siento que soy parte de esa historia de amor, y me duele no estar ahí para celebrar el feliz desenlace». Luego comencé a escribirle algunas anécdotas que recordaba de aquellos tiempos. Iba por la tercera anécdota y no pude soportar más. Cerré la computadora, metí a mi mochila lo primero que encontré y salí de prisa a la Terminal para abordar un Bus. En el camino fui haciendo llamadas para cancelar los compromisos pendientes de ese fin de semana.

Llegué a la Terminal y no había ni un sólo pasaje disponible. Corría de un lado a otro buscando como llegar cuando una chica se acerca y en un tono bajito, como contando un secreto, me dice «tuvimos un problema con el copiloto de una flota, te animas a ir como copiloto? Tienes que ir hablándole al chofer, no puedes dormir toda la noche». No lo pensé dos veces. No podía perderme la boda de mi mejor amigo.

Horas antes de la boda fui a su casa. Que alegría fue verlo vestido con su mejor traje, apunto de cumplirse su mayor sueño. Nos abrazamos. «Que locura – le digo – que locura lo que está a punto de pasar. Recuerdas aquél día cuando nos juntamos por primera vez? Cuándo me hablaste de ella con pasión? Cuando aún todo era incertidumbre, lo recuerdas?». Él asintió con lágrimas, «cuando todo estaba un desastre» agregó.

«Recuerdas cuándo te dije yo que venía del futuro? Ese día te veías mucho mas joven, sin duda has cambiado, pero no solo por fuera. El bello pero doloroso proceso cambió tu vida, la restauró, te hizo a la altura de lo que Dios te entrega hoy. Me alegra tanto no haberte mostrado la foto ese día» le digo mientras le muestro la foto en mi celular:

Ya sólo se ve una lucecita a lo lejos. El globo aerostático lentamente se pierde en el cielo. Ella mira hacia el cielo hasta que la lucecita desaparece por completo. Está vestida de blanco. Radiante. Sonriente. Feliz. Aquel globo lleva a los cielos una bella historia de valentía y romance. Una historia que nos habla del perfecto tiempo de Dios. Una dulce historia de amor.

Antes de publicar la historia tuvimos largas charlas telefónicas con los protagonistas de la historia y felices esposos: Patita Meruvia & Diego Arevalo, quienes editaron la historia y le dieron un enfoque mas bello y profundo. Fue lindo revivir esos tiempos a medida que recorríamos el texto!

Cumpleaños

Quizás el festejo de cumpleaños mas extraño que tuve fue una tarde de sábado de hace tres años atrás. Fue un festejo triple: el cumpleaños de mi prima, de mi hermana y el mío. Mi abuelita nos citó a los tres a su casa. «Tengo una sorpresa» nos dijo.

Cuando llegamos nos hizo sentar a los tres en la mesa de su cocina. Se acercó al refrigerador y sacó una torta. Creo que aquí tengo que hacer un paréntesis: cada vez que digo «no gracias, no me gusta la torta» en realidad es una forma rápida y amable de decir «no gracias, sólo me gusta la torta Mary, la torta que hace mi abuelita Mary». Así me ahorro explicaciones sobre cómo es esa extraña torta que hace mi abuelita y que tanto nos gusta a toda la familia.

Nos alegramos mucho al ver cómo sacaba nuestra torta favorita del refrigerador. Pero la escena se volvió extraña cuando abrió un cajón, sacó tres regalos y nos dijo «Feliz cumpleaños mis nietitos queridos». Nosotros tres no entendíamos nada. Aquella tarde de Abril estaba muy lejana a Octubre, Noviembre y Enero, que son nuestros verdaderos cumpleaños. Al principio pensamos que los años ya estaban haciendo efecto en mi abuelita, la pobrecita estaba perdiendo por completo la razón y la noción del tiempo. Pero luego nos explicó que tenía muchas ganas de festejarnos nuestros cumpleaños, prepararnos una torta y comprarnos regalos, pero cuando nuestros verdaderos cumpleaños pasaron ella estaba sin plata para festejarnos, y ahora que pudo ahorrar algo de dinero quería festejarnos. «No me olvide de sus cumpleaños – nos dijo – pero esos días no podía festejarles como ustedes se merecen».

Es difícil no atesorar en tu corazón un gesto de amor como ese. Una abuelita que con mucho amor, aún a destiempo, se desespera por festejar y dar regalos a sus nietitos. Una abuelita que se desespera por verlos felices.

Hay muchos que dicen que no hay que festejar Navidad porque en realidad Jesús no nació en Diciembre. No quiero imaginar lo que estas personas le dirían a mi abuelita que con mucho amor nos festejó nuestros cumpleaños una tarde cualquiera del año. Porque claro, ellos no entienden que el asunto no tiene nada que ver con las fechas, sino con un corazón dispuesto a celebrar un suceso importante. Quizás ellos no entenderían el corazón de mi abuelita que lo único que quiere es dar amor a quienes tanto ama.

Es fácil olvidar cual es el verdadero sentido de la Navidad, lo que en realidad recordamos y fejesteamos este día. El gordito barbón y buena onda tomó un papel casi primordial y nos olvidamos de lo más importante: que vino a la tierra un Salvador, quien 33 años después sería, en carne propia, el acto de amor mas grande de toda la historia.

A lo mejor no deberíamos celebrar el día que él nació en esta tierra, sino el día que él nació en nuestros corazones. En mi caso sería un 6 de Enero. Estaba yo sin rumbo y sin esperanza, y él puso sus ojos en mi. Me amó, me hizo su hijo.

Estos días yo pensaba qué puedo regalarle. Qué puedo darle a Dios. Qué le gustaría recibir de mi. Y recordé que él no está esperando un regalo. él me quiere a mi. él se permitió dejar su lugar junto al Padre y hacerse como nosotros, se permitió dar su vida en manos de su propia creación. Y lo hizo con un sólo anhelo, con la ilusión de ganar nuestros corazones, de unirlos a su propio corazón en amor. Somos el resultado de su pasión, y lo único que nuestro Padre anhela es a nosotros mismos.

En estos días, tomemos un tiempo para cerrar las puertas de nuestra habitación, doblar rodillas, y dar gracias a Jesús por su amor reflejado en aquella cruz. Fue tanto lo que hizo por nosotros. Es tan grande su amor que es difícil pensar en ello sin quitarse la sonrisa del rostro.